martes, 8 de febrero de 2011

Ya tu sá.




Iban caminando por aquella oscura calle a altas horas de la noche, puede que cierto grado de alcohol en sangre, nada que no hubieran probado antes ya. No podían parar de reírse y de hacer el imbécil. Lo habían aprendido a hacer juntos, lo habían comenzado a forjar tres años atrás cuando la coincidencia de la “G” les hizo conocerse. Mesas y sillas verdes, locura desinhibida sentados al lado como bobos. Eso era lo que les gustaba, lo que había hecho que poco a poco de esas melenas morenas vistas desde atrás comenzara a surgir una amistad.
Libros llenos de borratajos y de canciones, por mucho que ella se quejase y lo negara, le gustaban los pellizcos, los puñetazos y los moratones. Sabe de sobra que a él también, aunque tampoco lo reconociera nunca.

Risas, más risas y unas pocas risas más, paranoias, conversaciones, estupideces, gilipolleces varias, gran surtido de tonterías llevaban su nombre y, lo que es más importante, su apellido.

Poco a poco lo que en un principio comenzó con pedir un simple lápiz acabó siendo algo grande. Diferencias, eso es algo que siempre tenían pero con lo que habían aprendido a convivir. Parecía ser ella la responsable, la cabeza pensante, la sensata y madura. Él el desordenado, el infantil, el chulito y flipado. Pamplinas, superficialidad a primera vista, pero llevaban intrínseco mucho más de lo que ellos imaginaban. Había complicidad, cosas en común, y sabían utilizarlas a su favor.
Se salían de los límites impuestos por la sociedad, les gustaba ser ajenos a lo cotidiano, ser felices con lo poco que tenían a su alcance, vacilarse hasta dolerles la mandíbula de la risa o disfrutar de pequeños detalles, insignificantes para muchos pero grandiosos para ellos.

Montaña de apuntes dejada sin ningún alarde de superioridad, ninguno, con la mejor de las esperanzas, porque ella confiaba ciegamente en él. Y recibió la llamada: aprobé. Y es entonces cuando a ella se le caía la baba de satisfacción, de orgullo (qué narices). Comenzaron mano a mano y cada uno alcanzó un objetivo, diferente, pero el suyo al fin y al cabo. Recuerda: mil caminos, ninguno equivocado ni erróneo, simplemente diferentes.

No se dieron cuenta pero habían ido cambiando poco a poco, puede decirse que creciendo. Juntos pero en la distancia. Niña que se aleja con el globo en la mano, niño que se despide de su viejo balón de fútbol (agresividad y defensa. Cierres).

Y llegó el presente. Y la cosa cambió. Madurez convertida en locura, en responsabilidades en el bolsillo. Porque habían aprendido a base de golpes, y se les notaba más fuertes, mas conscientes de su posición en el mundo. No se veían a menudo pero sabían de sobra que se tenían cuando lo necesitasen.
Él más reservado, ella más expresiva, más de carne y hueso. Pero dentro de ese músculo situado a la izquierda de su pecho ella sabía que se había ganado, por lo menos, una pequeña habitación.

Aquella noche de frío, mientras volvían de no se sabe dónde, ella pensó en todo. Se dio cuenta de que por mucho que no queramos nos ganamos la confianza de aquellos en quienes depositamos la nuestra.



Cuatro bailes (1.2.3.4.) y unas pocas mentiras. Bohemio barba azul.

4 comentarios:

  1. Vete a cagar, esto no me lo puedes poner =)

    goooooooooooooooooooor

    ResponderEliminar
  2. Sí que puedo, sabes que soy una caja de sorpresas y que te puedo sorprender por cualquier lado.
    Gooooooooooor, y orgullosa de ello =)

    ResponderEliminar
  3. jajajaj está claro

    "Solo me interesa la risa, provocarla a todas horas sin prisa."

    ResponderEliminar
  4. Me gusta pensar que la felicidad la podemos alcanzar con un simple y llano gesto. Sonríe.

    ResponderEliminar